
Monitoreo de loros barranqueros en la colonia de El Cóndor
UN ESTUDIO DE LARGO PLAZO (1998-2019)
La historia argentina está hecha de fronteras. Algunas se dibujan sobre mapas; otras, más hondas, se trazan en la conciencia de un país que aún se busca a sí mismo. Entre esas fronteras, la Patagonia ha sido la más vasta y simbólica: el territorio donde el Estado midió su capacidad para transformar la geografía en Nación. En esa cartografía, Viedma ocupa un lugar singular. Fue la primera capital patagónica y, desde 1973, la sede definitiva del gobierno rionegrino. Pero su destino excede las coordenadas administrativas: Viedma es, antes que nada, una idea política.
Esa idea nació el 11 de octubre de 1878, cuando el presidente Nicolás Avellaneda creó la Gobernación de la Patagonia y fijó su capital en Mercedes de Patagones, rebautizada poco después como Viedma. Aquella decisión tuvo menos de azar que de estrategia. Era la manera de afirmar soberanía en un sur todavía incierto, donde la disputa territorial con Chile y la injerencia de potencias extracontinentales, como Inglaterra, estaba a la vista con solo mirar Malvinas. En ese gesto fundacional, la Argentina intentaba proyectar una arquitectura de Estado en un territorio donde aún predominaba la intemperie.
Pocos años después, el 16 de octubre de 1884, se estableció el Territorio Nacional de Río Negro, que mantuvo a Viedma como su capital. El acto completó un ciclo de institucionalización en la Patagonia: de capital de la Gobernación pasó a ser capital de un territorio nacional, y más tarde, en el siglo XX, capital de una provincia. Finalmente, el 20 de octubre de 1973, la Legislatura rionegrina sancionó —por unanimidad— la Ley N° 852, que declaró a Viedma capital definitiva de la provincia. En esa secuencia de octubres —1878, 1884 y 1973— se condensa un itinerario que no pertenece solo a una ciudad, sino al proceso mismo de afirmación del Estado argentino en el sur.
Esa continuidad de decisiones revela una constante: cada vez que la Nación necesitó anclar su soberanía en la Patagonia, eligió a Viedma. Su capitalidad expresa algo más que una ubicación institucional; es una metáfora de la integración. Mientras otras regiones del país crecían al ritmo del puerto y del ferrocarril, la Patagonia seguía siendo una promesa. Viedma, en cambio, encarnó el esfuerzo por transformar la distancia en pertenencia.
El itinerario de esta ciudad es también el de un país que osciló entre la expansión y la postergación. Desde los tiempos en que Álvaro Barros trazó sus primeros planos, Viedma representó la posibilidad de un Estado con anclaje austral. Luego, en los años del proyecto de traslado de la capital nacional impulsado por Raúl Alfonsín, volvió a ser escenario de una promesa federal inconclusa. Cada tanto, la Argentina regresa a Viedma para recordar lo que aún le falta cumplir.
Por eso octubre tiene, para los viedmenses y para los rionegrinos, un significado que trasciende el calendario. Es el mes en que se unifican tres gestos fundacionales de la soberanía: la Patagonia como destino nacional, Río Negro como territorio institucional y la provincia como comunidad política. Tres octubres, tres actos de fundación, un mismo propósito: consolidar el país desde su frontera más profunda.
Pensar a Viedma como capital es, en definitiva, pensar la relación del Estado con su territorio. La ciudad es un espejo del federalismo argentino: modesto en apariencia, pero decisivo en su significado. Su capitalidad no se mide en edificios ni despachos, sino en su capacidad de representar la voluntad de un pueblo de permanecer en el mapa de la historia.
Viedma fue, es y seguirá siendo una frontera interior: el límite donde la Argentina se mira a sí misma para preguntarse si alguna vez completará el proyecto de integración que soñaron sus fundadores.
* Vicegobernador de Río Negro
UN ESTUDIO DE LARGO PLAZO (1998-2019)