Kevin y los que mueven los dedos

Opinión25/03/2025 Por Juan Gorosito (*)
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Haciendo alarde de un sinfín de prejuicios, supongamos que se llama Kevin. Que anda por los 25 años. Que sus padres se separaron cuando era chiquito e hicieron lo que pudieron. No le exigieron mucho con la educación y finalmente en tercer año dejó el secundario.

Kevin labura en Rappi. Fue la salida que encontró hace un año y medio, cuando se hartó de las varias changas que hacía: jardinero y piletero de la gente bien, empleado negreado de un lavadero de autos que se mantenía como podía y bachero en un restaurante cheto. Evitó a toda costa ser dealer, aunque la tentación siempre estuvo. Buena guita, pocas horas. Pero riesgo grande. Ahí mamá y papá habían sido claros desde siempre. Lo que había faltado de formación formal se lo habían dado a través del ejemplo: pelarse el lomo honestamente para juntar unos pesos para lo indispensable. “Pobres, pero honrados”, como decía un Chavo que tal vez nunca vio.

Ahora Kevin mira al periodista que le puso un micrófono y tira: “Hay gente que tiene un montón, está en una oficina moviendo los dedos y cobra un palo, ¿entendés?”. A Kevin le parece una injusticia. Él pedalea 12 o 13 horas por día. A veces 14. Sus fines de semana largos se reducen a una mañana que se toma para dormir profundo, hasta las 3 de la tarde. Porque claro, en la bici se labura hasta tarde, pero también desde temprano. A la noche tenés que llevar una coca y un fernet, un helado, y a la mañana el paquetito de la farmacia. Hay mercado todo el día.

“No tengo para pedir un préstamo, no tengo…¿Cómo se llama cuando termina el mes? Un recibo de sueldo”. Se siente afuera. Un excluido. Busca en los márgenes del sistema un poco de lo que sobra. Se sostiene con las uñas de una estructura que lo expulsa. Y percibe en el tipo que “mueve los dedos” y “cobra un palo” a un privilegiado. El tipo que cobra un palo tampoco llega. No puede pagar el alquiler, pagar las tarifas y encima vivir. Pero por lo menos tiene el recibo de sueldo para pedir el préstamo. Y eso lo convierte en un privilegiado que labura sólo ocho horas, sentado, moviendo los dedos, y tal vez en el fondo del pensamiento de Kevin, en un victimario de los muchos Kevins.

“Pero tengo mi plata, amigo. Todos los días tengo mi plata”, remata Kevin. Algo es algo. Este sistema me expulsa, me hace pedalear para sobrevivir como uno de los capítulos de Black Mirror, los que mueven los dedos por un palo en una oficina calentita me generan bronca por sus privilegios, pero aún así, acá estoy, sobreviviendo.

El sitio MDZ On Line colgó en Twitter ese pequeño fragmento de Kevin contando su pena. Lo que vino abajo fue una catarata de idioteces propias de las redes sociales, en las que los boludos y los hijos de puta exacerban sus características. Más de dos millones de reproducciones, más de mil comentarios, más de siete mil me gusta, casi 700 retuits. En otras redes habrá pasado lo mismo. Casi todos los comentarios culpando a Kevin de su falta de educación, de su aspecto físico, sus tatuajes, su gorrita y su arito expansor. Estupideces. Probablemente gran parte de los comentaristas estén tan o casi tan afuera del sistema como Kevin. Los comentarios se llenaron de tipos y minas que cobran un palo por mover los deditos en una oficina. De “enemigos” de Kevin. Kevin y los oficinistas, dos caras de la misma moneda, se encontraron en tensión simplificando una lucha que no debía ser entre ellos. Es probable, incluso, que más temprano que tarde varios de los oficinistas que respondieron ofendidos terminen pedaleando para Rappi o Pedidos Ya porque la empresa en la que trabajan quebró o la repartición pública en que prestan servicios fue cerrada por el gobierno.

Kevin expresa su frustración con el sistema que tiene privilegiados. Esos privilegiados no son los realmente privilegiados, sino que son privilegiados desde la perspectiva de Kevin, que no alcanza a ver a los realmente privilegiados. Los oficinistas, a su vez, parte de una clase media emprobrecida o directamente caída en la pobreza por el fenómeno argentino bastante reciente de tener trabajadores en blanco por debajo de la línea de la pobreza, ven en Kevin el fracaso del sistema. En ambas psicologías, los culpables del sistema son los políticos, quienes tuvieron y tienen el joystick. 

Javier Milei y el libertarianismo interpretaron como ninguno estas múltiples frustraciones. Condujeron esas pulsiones hasta transformarlas en odio. Manipularon el tablero con el apoyo de los verdaderos privilegiados para hacerse con el joystick y desde ahí profundizar el resentimiento. Encontraron en la palabra “casta” un significante maravilloso que interpeló a todos los dolidos, que eran muchos. Muchísimos. Y allí radica su éxito rotundo.

Nada es eterno. Los milicos, Menem, los Kirchner, Macri. Todos tuvieron su momento de gloria. Hasta Alberto Fernández al principio de la pandemia tuvo un prime impensado para un personaje tan gris. La pregunta es qué va a pasar con Kevin y los que mueven los dedos por un palo cuando la fantasía libertaria también se caiga a pedazos. 

(*) Periodista

juan gorosito

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